miércoles, 6 de octubre de 2010

El planeta de los simios (2001): Tim Burton también tiene una hipoteca


Tras atravesar una tormenta cósmica, un joven astronauta cae con su nave en un extraño planeta en el que la raza humana está sometida a la esclavitud por unos simios evolucionados.



Antes de nada, he de reconocer que no he visto el film original de 1968 dirigido por Franklin J.Shaffner, considerado una obra maestra del género. Por lo que respecta a la versión con la que nos encontramos, es un completo despropósito en casi todos los aspectos.

            La historia carece de garra y, vista hoy, incluso de originalidad (sustituyamos los monos por máquinas y tenemos Mátrix, Terminator o Yo Robot). Avanza torpemente de escena en escena sin conseguir que nos interesemos al cien por cien por lo que sucede. La sociedad simia está detallada en exceso, quitándole el aura de misterio que necesita. Da mas juego un enemigo desconocido que uno conocido y ése es el fallo de la película, los desconocidos son los humanos, el film se centra demasiado en el protagonista y en los simios, descuidando la parte del relato con la que nos deberíamos sentir identificados. Otro gran fallo de guión, es la explicación mitológica que se da al hecho de que los simios hayan evolucionado. Pero quizá el toque final que tira por tierra el débil castillo de naipes que era el argumento de este film, sea precisamente su final. Todos conocemos el plano de Charlton Heston con la estatua de la libertad semienterrada que daba fin a la película de 1968, pues en esta versión se intenta rizar el rizo consiguiendo un efecto de mofa e incredulidad en el espectador tal que uno sale de la sala, o del salón en este caso, con la sensación de que le han tomado el pelo.

            No muevo los músculos de la cara porque soy un tipo duro y además el héroe. Esa es la actitud del pétreo Mark Walhberg durante toda la película. Un personaje frío y egoísta que sólo busca su bien y escapar del dichoso planeta. No consigue que nos identifiquemos con él en lo más mínimo, cuando debería ser él quien despertase nuestro interés por lo que sucede. Siguiendo con los humanos, Estella Warren es el único personaje “relevante”, bueno, el humano que más aparece en pantalla tras el protagonista. No hay nada que decir de su inexistente actuación puesto que es eso, inexistente. Se limita a lucir palmito durante toda la película en un bikini jurásico a lo Raquel Welch en Hace un millón de años. Por el lado de los monos, destacan el trabajo de Tim Roth, como el simio que gobierna todo aquello, y Michael Clarke Duncan, como su general. Del primero decir que consigue transmitir ira y odio a un personaje que no necesita tanta ira y odio y debería controlar sus actos, pero bueno, su actuación como simio es bastante convincente. Del segundo alabar su poderío físico sobretodo, pero sin desdeñar su interpretación. Una mirada suya a través de tantas y tantas capas de maquillaje, unida a su poderosa voz, basta para que nos demos cuenta de quién es el general del ejército simio.

            En cuanto a la dirección, se abunda en las panorámicas de la ciudad simia y las batallas carecen de la espectacularidad y emoción de las de El señor de los anillos. Destaca, sobretodo, la música de un inspirado Danny Elfman, llena de percusiones que dan a la película la acertada sensación de transcurrir en épocas primitivas en lugar de en el futuro. Y por otra parte también destaca el admirable trabajo de maquillaje de Rick Baker, consiguiendo que cada simio sea creíble y diferente, cada uno con una movilidad y expresividad totalmente veraces (esto último, en realidad depende más del actor que del maquillador).

            Resumiendo, nos encontramos ante un completo despropósito no sólo dentro de la carrera de Tim Burton, sino dentro del género de la ciencia ficción. Es un film que no posee ninguna de las constantes que han hecho grande a su realizador. Torpemente dirigido y peor interpretado, sospecho que ha sido un trabajo de encargo que ni su director ni sus actores tenían mucho interés en realizar, salvo, quizá, por motivos económicos.



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