sábado, 5 de diciembre de 2015

Crítica: Negociador

Todo país tiene sus momentos oscuros, sus momentos de vergüenza ajena. Aquellos momentos de la historia que es mejor olvidar y rezar para que el devenir de los tiempos los sepulte hasta no dejar constancia de ellos salvo en unos pocos recortes de periódicos. España tiene el dudoso honor de poder presumir de muchos períodos históricos llenos de engaños, corrupciones, ambiciones desmedidas e ilusiones vacuas intentando hallar soluciones rápidas a problemas mucho mayores y profundos. No se puede negar que los nacionalismos en ciertas regiones del país suponen un gran quebradero de cabeza para cualquier gobierno que se asiente en la Moncloa. Y si a este problema le añadimos el elemento de una banda terrorista con décadas de trayectoria, nos dejará un cóctel que muy pocos en este planeta han sabido manejar de una manera digna.

Hace ya seis años que Borja Cobeaga nos mostró su dominio de la comedia con su primera puesta de largo en Pagafantas. Aquella era una inmejorable muestra de comedia efectiva por su amargura. Por hacer que muchos nos viésemos reflejados en algún momento con uno de sus personajes. Luego vino No controles, una comedia mucho más desmadrada, típica y directa que su ópera prima. Aquí el número de personajes aumentaba y la efectividad de la trama (un joven que tiene que pasar la nochevieja en el hotel de un aeropuerto por una tormenta de nieve y en el que coincide con multitud de variopintos personajes) se diluía un poco más. Aun así, nos dejaba bastantes gags memorables y el inolvidable secundario de Juancarlitros. Ahora, el director vasco intenta un más difícil todavía haciendo comedia con uno de los temas más espinosos de la historia reciente española, el conflicto vasco.

Cobeaga no es nuevo en esto. Ya ha demostrado sobradamente que se puede hacer comedia a raíz de ETA y varias peculiaridades de Euskalherria gracias a su excelente programa de humor “Vaya Semanita”. Pero lo que funcionaba en pequeños gags tenía enormes probabilidades de transformarse en una película fallidamente tendenciosa y reivindicativa. Por suerte, la neutralidad domina Negociador, que se convierte en un ejercicio de precisión cómica en un asunto tan espinoso como el tratado. Aquí los antecedentes sobre lo que sucede ya nos los tenemos que conocer si queremos entrar de verdad en la historia del político vasco que decide entablar diálogo o negociación con la banda terrorista.

Prácticamente todo el peso de la función recae sobre los hombros de un espléndido Ramón Barea que compone un protagonista simpático, humilde y de buenas intenciones con el que es fácil identificarse en no pocos momentos. Él es sencillamente un hombre que quiere solucionar el problema con ETA como buenamente puede, siendo cortés y amable. Es en la actitud del protagonista dónde residen la mayor parte de elementos cómicos de la película. Su personalidad tan humana contrasta enormemente con lo que cualquiera de nosotros tiene en mente sobre un negociador que trata con terroristas. Barea está perfectamente secundado por Carlos Areces como el terrorífico líder de la banda y por Josean Bengoetxea, el primer etarra con el que se entrevista.

Es cierto que cualquiera que vea Negociador eche en falta algo más de chicha, algo más de historia sobre lo que pasa en el plano sociopolítico en lugar de un puñado de escenas en las que nuestro negociador trata de entenderse con ETA. Sí, haber contado todo eso hubiese ayudado enormemente a darle al film una dimensión dramática mayor. Pero Cobeaga ha tomado la decisión de delegar todo eso a los informativos que cualquier español ha visto a lo largo de las últimas décadas. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

La voz dormida: revisitando lugares comunes


Hay un estereotipo que muchos españoles repiten sin cesar cada vez que se les pregunta sobre el cine producido en nuestro país: las películas españolas sólo tratan sobre la guerra civil, o son comedias con abundancia de desnudos femeninos, o son dramas sobre yonkis, prostitutas y homosexuales. Un repaso a la producción nacional, sobre todo a lo largo de los últimos años, desmonta rápidamente este estereotipo y demuestra que nuestro cine es rico en variedad de géneros e historias. Pero la historia de España está intrínsecamente ligada a ese duro período histórico que fue la Guerra Civil y la postguerra y no podemos ni debemos evitar asomarnos a esa época que nos sigue marcando un poco cómo somos hoy en día.

La voz dormida es el último film del poco prolífico director de Lebrija, Benito Zambrano. Un acercamiento a una de las obras cumbres de la tristemente fallecida escritora Dulce Chacón, un alegato en pos de la lucha y los derechos de las mujeres que sufrieron en las cárceles españolas durante los primeros años del franquismo. La historia es dura a la par que sencilla, Hortensia es la esposa de un miliciano huido que está cumpliendo pena en una cárcel de mujeres por sus ideales republicanos. Hortensia está embarazada y su hermana Pepita hará todo lo posible porque ella y su futuro sobrino consigan salir libres.

He de reconocer que desconozco la obra original de Chacón, aunque admito que he oído muy buenos comentarios acerca de ella y de cómo implica emocionalmente al lector. Benito Zambrano nos presenta una película llena de lugares y situaciones comunes que decide no arriesgar a contar nada nuevo. La historia que nos cuenta es algo muy dramático y seguramente que no habrán sido poco los casos en los que mujeres encarceladas y familiares se hayan enfrentado a algo así. El problema de esta película es que se queda en la superficie, no muestra ni de una manera dura todo el sufrimiento de Hortensia o de Pepita, ni ahonda con mayor profundidad en la psicología de ellas, ni trata de dar un nuevo enfoque o giro a la historia que aporte algo nuevo.

La producción de la película raya a gran altura, con unos escenarios convincentes y unas interpretaciones excelentes en su dúo protagonista, pero que decaen notablemente si nos fijamos en los secundarios masculinos que pueblan el relato. Es una lástima puesto que tanto la factura interpretativa como el nivel de producción permitirían haber entregado un producto con una entidad mucho mayor en lugar de la historia de peregrinaje de Pepita clamando ayuda por su hermana Hortensia.



La voz dormida es una película efectiva y efectista, un drama que a buen seguro arrancará la lágrima a más de uno pero que se desvanecerá rápidamente en el recuerdo junto a otros tantos dramas sobre la Guerra Civil que también prefirieron quedarse en los lugares y personajes comunes (el miliciano escondido, el contrabando a pequeña escala, la Iglesia como órgano represor, los militares franquistas, los republicanos como adalides de la libertad…= en lugar de tratar de dar una visión más profunda, tridimensional, incómoda y completa sobre un hecho histórico que sigue marcando a fuego nuestra historia contemporánea.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El Niño: el portal de la droga en Europa



El cine de mafias siempre me ha parecido muy atractivo. Desde los grandes clásicos como El Padrino y Scarface a las películas sobre mafias menos elegantes como las de Ciudad de Dios o Snatch. Es un hecho que el crimen organizado tiene un atractivo indescriptible para el espectador y es un filón que el cine español no ha explotado como se debe a lo largo de su historia. La historia mafiosa de España está íntimamente ligada al narcotráfico. La situación del país así lo obliga y convierte a nuestro querido país en el principal portal para el acceso de la droga desde África. Y es alrededor de esos 14,4 kilómetros que separan África de Europa, en ese estrecho de Gibraltar dónde se concentran las mayores hazañas y triquiñuelas por burlar al constante control policial.  El pasado 3 de agosto de 2014 un grupo de jóvenes se hallaban en una embarcación en la costa marroquí hasta que una lancha de una supuesta banda de narcotraficantes les atacó y muchos tuvieron que saltar al agua. Uno de ellos era Mohamed Taieb Ahmed, más conocido por su apodo “El Nene”, y del que nunca más se ha vuelto a saber. En el momento de su desaparición, “El Nene” acumulaba varios ingresos y un par de fugas de la cárcel además de una fortuna que llegó a estimar en más de 30 millones de euros. Se dice que una de cada diez bellotas de hachís que había en España, provenía de él.  

Daniel Monzón es un director inteligente. Ya lo demostró en su ópera prima “El robo más grande jamás contado”, combinando una selección de los mejores comediantes españoles con una trama de robos imposibles. Pero fue sin duda con Celda 211 dónde alcanzó su punto álgido con un thriller carcelario que unió a crítica y público en un entusiasmo unánime. Ahora, con “El Niño” ha cogido la apasionante historia de “El Nene” para adentrarse en mundo del narcotráfico en el estrecho. 

La trama de “El Niño” se divide en dos partes bien diferenciadas. La historia de “El Niño” cuya afición y destreza con las motos de aguas y lanchas le irán haciendo ascender y ocuparse cada vez de mayores encargos y la del policía que controla el paso del estrecho, tratando de evitar que la droga llegue a suelo patrio. Una historia que a grandes rasgos ya se ha visto en multitud de ocasiones en otras películas como American Gangster y que aquí opta por añadir algunos toques a la trama para complacer a la audiencia. Los protagonistas no dejan de soltar chascarrillos y de comportarse como meros adolescentes que nunca parecen tener un negocio tan grande entre manos. Por otra parte el romance entre el protagonista y la hermana de uno de sus dos compañeros no deja más que caer en el estereotipo puro, evitando que la trama avance de manera fluida. Es cuando el foco se centra en el policía interpretado por Luis Tosar cuando parece que Daniel Monzón recupera más el vigor y la fuerza con una visión pesimista, de un policía al que su trabajo le absorbe la vida y que ve cómo los recursos con los que dispone son a todas luces insuficientes para luchar contra la amenaza amorfa del narcotráfico. Por si fuera poco, el director también deja entrever aquí una pequeña subtrama romántica en esa compañera policía interpretada por Bárbara Lenie que expresa con sus gestos y miradas ese amor reprimido que tiene por su compañero. 


El elenco actoral cumple de manera sobrada al estar compuesto de figuras de intachable trayectoria como Eduard Fernández, Sergi López, un casi anecdótico Ian McShane y los ya mencionados Bárbara Lenie y Luís Tosar. Es, sin embargo, en el trío de jóvenes narcotraficantes dónde el área interpretativa se resiente más con un Jesús Castro demasiado ocupado en aparecer guapo ante la cámara que en convencernos de que es un tipo con la mente lo suficientemente fría como para el narcotráfico. Pero, a pesar de las pequeñas irregularidades del guion y la mala decisión de casting que fue Jesús Castro, la película goza de una energía envidiable en la mayor parte de metraje, llegando a su punto álgido en unas persecuciones acuáticas que se encuentran entre las mejores escenas de acción jamás filmadas en territorio Español. 

Es posible que “El Niño” no sea una película que aborde a un Scarface español y se quede en algo mucho más pequeño. Pero también es cierto que pone de relieve y con gran energía una realidad que se vive día a día en las costas gaditanas. Un film totalmente recomendable y una paso más en la carrera de un director que no deja de sorprender e innovar con cada trabajo que realiza.