Todo país tiene sus momentos oscuros, sus momentos de
vergüenza ajena. Aquellos momentos de la historia que es mejor olvidar y rezar
para que el devenir de los tiempos los sepulte hasta no dejar constancia de
ellos salvo en unos pocos recortes de periódicos. España tiene el dudoso honor
de poder presumir de muchos períodos históricos llenos de engaños,
corrupciones, ambiciones desmedidas e ilusiones vacuas intentando hallar
soluciones rápidas a problemas mucho mayores y profundos. No se puede negar que
los nacionalismos en ciertas regiones del país suponen un gran quebradero de
cabeza para cualquier gobierno que se asiente en la Moncloa. Y si a este
problema le añadimos el elemento de una banda terrorista con décadas de
trayectoria, nos dejará un cóctel que muy pocos en este planeta han sabido
manejar de una manera digna.
Hace ya seis años que Borja Cobeaga nos mostró su dominio de
la comedia con su primera puesta de largo en Pagafantas. Aquella era una
inmejorable muestra de comedia efectiva por su amargura. Por hacer que muchos
nos viésemos reflejados en algún momento con uno de sus personajes. Luego vino
No controles, una comedia mucho más desmadrada, típica y directa que su ópera
prima. Aquí el número de personajes aumentaba y la efectividad de la trama (un
joven que tiene que pasar la nochevieja en el hotel de un aeropuerto por una
tormenta de nieve y en el que coincide con multitud de variopintos personajes)
se diluía un poco más. Aun así, nos dejaba bastantes gags memorables y el
inolvidable secundario de Juancarlitros. Ahora, el director vasco intenta un
más difícil todavía haciendo comedia con uno de los temas más espinosos de la
historia reciente española, el conflicto vasco.
Cobeaga no es nuevo en esto. Ya ha demostrado sobradamente
que se puede hacer comedia a raíz de ETA y varias peculiaridades de
Euskalherria gracias a su excelente programa de humor “Vaya Semanita”. Pero lo
que funcionaba en pequeños gags tenía enormes probabilidades de transformarse
en una película fallidamente tendenciosa y reivindicativa. Por suerte, la neutralidad domina
Negociador, que se convierte en un ejercicio de precisión cómica en un asunto
tan espinoso como el tratado. Aquí los antecedentes sobre lo que sucede ya nos
los tenemos que conocer si queremos entrar de verdad en la historia del
político vasco que decide entablar diálogo o negociación con la banda
terrorista.
Prácticamente todo el peso de la función recae sobre los
hombros de un espléndido Ramón Barea que compone un protagonista simpático,
humilde y de buenas intenciones con el que es fácil identificarse en no pocos
momentos. Él es sencillamente un hombre que quiere solucionar el problema con
ETA como buenamente puede, siendo cortés y amable. Es en la actitud del
protagonista dónde residen la mayor parte de elementos cómicos de la película.
Su personalidad tan humana contrasta enormemente con lo que cualquiera de
nosotros tiene en mente sobre un negociador que trata con terroristas. Barea
está perfectamente secundado por Carlos Areces como el terrorífico líder de la
banda y por Josean Bengoetxea, el primer etarra con el que se entrevista.
Es cierto que cualquiera que vea Negociador eche en falta algo
más de chicha, algo más de historia sobre lo que pasa en el plano sociopolítico
en lugar de un puñado de escenas en las que nuestro negociador trata de
entenderse con ETA. Sí, haber contado todo eso hubiese ayudado enormemente a
darle al film una dimensión dramática mayor. Pero Cobeaga ha tomado la decisión
de delegar todo eso a los informativos que cualquier español ha visto a lo
largo de las últimas décadas.
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